Hace tiempo que
quería escribir una experiencia que tuve con Dios para ayudar a alguien, pero
nunca podía, no era que no tuviera tiempo, pero siempre se me hacia más cómodo
no escribirlo, pero al fin tome coraje para vencer este desafío.
Tengo dos años de obra en el altar,
mi esposo y yo entramos en la obra con apenas cuatro meses de casados. Nosotros
fuimos enviados al interior del estado para auxiliar a un pastor con más
experiencia, al principio fue muy difícil por mi estar lejos de mi
familia. Yo y mi orgullo no me dejaban
ceder dentro de mi matrimonio, lo que causaba muchos pleitos y noches de
llanto. Cuando yo era obrera pensaba que
era fuerte, hasta que me enfrente a un desafío mayor de los que había vencido
cuando era obrera: vencerme a mi misma y
a mi egoísmo. Tarde en reconocer que
necesitaba cambiar, pues yo siempre había sido muy mimada. Comparaba mi matrimonio con el de mis padres,
por lo que terminaba criticando a mi esposo, pero en cuanto yo más lo criticaba
él menos cambiaba.
Mi esposo trabajaba mucho para ganar
almas y cuando llegaba a casa, a parte de la mala comida que yo hacia, él tenia
que aguantar mis reclamos y comparaciones.
Cualquier comentario que él hacia yo lo tomaba como ofensa. Si mi esposo decía que yo debía aprender a
hacer el pan o su postre favorito como lo hacia su madre, eso me molestaba
mucho y terminábamos discutiendo.
Después de discutir yo seguía sintiendo aquella molestia dentro de mi,
me sentía inferior. ¿Ustedes creen que
yo hacia algo para cambiar? Claro que
no, yo pensaba que el error estaba en él
porque exigía mucho de mi. Él
solo quería llegar a casa, descansar en paz y tener comida en la mesa. Mientras que yo encerrada en mi pequeño mundo
comparaba mi vida de soltera con mi vida de casada. Estaba muy ocupada en el MSN conversando con
mis amigas solteras, que no tenia tiempo para escuchar la voz de Dios. Hasta que decidí apartarme de todo aquello
pues en el fondo sabia que estaba ocupando el tiempo que debería ser de Dios
con cosas que no me edificaban en nada.
Empece a leer libros sobre matrimonio, a participar en las reuniones que
hacia la esposa del pastor regional con quienes tuvieran menos de tres años de
casada. Dios fue mostrando lo egoísta
que estaba siendo y cuanto menospreciaba al hombre de Dios que Él me dio para
auxiliar.
Yo había pedido tantas cosas de
soltera, y caí en la realidad, yo tenia que ceder, que madurar, tenia que ser
humilde y reconocer que el mundo de mi esposo no podía girar únicamente sobre
mi y sí en las almas sufridas, pues para eso Dios nos llamo. Empece a entender que si yo no me convertía
en la auxiliadora que él necesitaba, él tampoco seria el esposo de mis
sueños. A partir de entonces todo
comenzó a cambiar, me puse a leer libros de cocina y a hacer las recetas. Mi comida me empezó a quedar más rica y mi
esposo me empezó a elogiar. Me comencé a
sentir más segura para ayudarlo en la iglesia, a organizar mejor mi tiempo,
pues muchas veces él necesitaba de alguna ropa y no estaba planchada o ni
siquiera limpia, no era falta de tiempo pero de que me organizara y de tener
más voluntad, pero de ese asunto hablaré más en otra oportunidad.
Resumiendo, mi matrimonio solo
empezó a cambiar cuando yo di el primer paso, sin esperar nada a cambio. Aprendí lo que es el primer amor, que la
llamada etapa de adaptación dura poco cuando de esta dispuesta a ceder.
Daniela
Garces-Paraná