sábado, 4 de agosto de 2012
La elegancia del comportamiento
Existe una cosa difícil a ser enseñada, y que talvez por eso esté cada vez más rara: la elegancia del comportamiento.
Es un don que va más allá del uso correcto de los cubiertos y que se refiere más que decir un simple gracias delante de una gentileza.
Es la elegancia que nos acompaña desde la primera hora de la mañana hasta la hora de dormir y que se manifiesta en las situaciones más simples, aun cuando no hay ninguna fiesta, ni fotógrafos cerca sucede la elegancia naturalmente.
Es una elegancia natural. Es posible detectarla en las personas que elogian más de lo que critican.
En las personas que escuchan más de lo que hablan.
Y cuando hablan, no se meten en chismes, ni en las maldades agrandadas de boca en boca.
Es posible detectarlas en personas que no usan un tono de voz superior. En las personas que evitan asuntos vergonzosos porque no sienten placer en humillar a otros.
Es posible detectarlas en personas puntuales.
Elegante es quien muestra interés por asuntos que desconoce, y quien cumple lo que promete.
Es elegante no quedar demasiado libre.
Es elegante no cambiar su estilo solo para adaptarse al de otro.
Es muy elegante no hablar de dinero en charlas informales.
Es elegante retribuir cariño y solidaridad.
Sobrenombre, joyas y nariz respingada no sustituyen la elegancia del gesto. Hay un libro que enseña a tener una visión generosa del mundo, a no estar en el de una forma arrogante; es la Biblia Sagrada.
Se puede intentar capturar ésta delicadeza natural a través de la observación.
La educación se oxida por falta de uso. “Recuerde que cosecharemos infaliblemente aquello que hayamos sembrado”. Quede alerta al momento presente de sinceridad y de amor, para mañana cosechar los frutos de la alegría y de la felicidad.
“Cada uno cosecha exactamente, aquello que plantó” Gálatas 6:7.
Autor desconocido.
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